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Tema #14. Drogas y Alcoholismo


Libro: EL MISTERIO DEL AUREO FLORECER.- Autor: V.M. SAMAEL.- Capítulo: EL ABOMINABLE VICIO DEL ALCOHOL

Muy lejos de aquí, de esta mi querida patria mexicana, viajando por otros caminos, fui llevado por los vientos del destino a esa antigua ciudad suramericana que en tiempos precolombinos se llamara Bacatá, en el típico lenguaje chibcha. Ciudad bohemia y taciturna con mentalidad criolla del siglo XIX; humoso poblado en el valle profundo...

Urbe maravillosa de la que cierto poeta dijera: “Gira la ciudad de Bacatá bajo la lluvia como un desnivelado carrusel; la ciudad neurasténica que cubre sus horas con bufandas de nubes”.

Entonces había empezado la primera guerra mundial... ¡Qué tiempos, Dios mío! ¡Qué tiempos! Más vale ahora exclamar con Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver, cuando quisiera llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.

¡Cuánto dolor aun siento al recordar ahora a tantos amigos ya muertos! Los años han pasado...

Esa era la época del brindis del bohemio y Julio Flores; años en que estuvieron de moda Lope de Vega y Gutiérrez de Cetina.

Entonces quien quería presumir de inteligente recitaba entre copa y copa aquel soneto de Lope de Vega que a la letra dice:

“Un soneto me manda hacer Violante,
en mi vida me he visto en tal aprieto,
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante
y estoy en la mitad de otro cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y aun presumo que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo y aun sospecho,
que estoy los trece versos acabando,
contad si son catorce y está hecho”.

Es ostensible que en aquel ambiente criollo que bardos desvelados concluían esta clase de declamaciones entre gritos de admiración y salvas de aplausos.

Esos eran los tiempos del “brindis del bohemio”, años en que los caballeros se jugaban hasta la vida por cualquier dama que por la calle pasara...

Alguien me presentó a un amigo de chispeante intelectualidad muy dado a los estudios de tipo metafísico: Roberto era su nombre y si callo su apellido lo hago con el evidente propósito de no herir susceptibilidades.

Vástago ilustre de un representante de su Departamento ante la Cámara Nacional de aquel país.

Con la copa de fino bacará en su diestra, ebrio de vino y de pasión, declamando aquel bardo de cabellera alborotada, sobresalía por doquiera ante intelectuales, en tiendas, cantinas y cafés.

Ciertamente era algo digno de admirarse en aquel mancebo la portentosa erudición que poseía; tan pronto comentaba a Juan Montalvo y sus siete tratados como recitaba la marcha triunfal de Rubén Darío...

Sin embargo, habían pausas más o menos largas en su vida borrascosa; a veces parecía arrepentirse y se encerraba largas horas día tras día en la biblioteca nacional.

Muchas veces le aconsejé abandonar para siempre el abominable vicio del alcohol, más de nada sirvieron mis consejos tarde o temprano regresaba el doncel a sus antiguas andanzas.

Sucedió que una noche cualquiera mientras mi cuerpo físico yacía dormido entre el lecho, tuve una experiencia astral muy interesante: con ojos de pavor me vi ante un horrendo precipicio frente al mar, y mirando en las tinieblas abismales observé pequeñas naves ligeras de hinchadas velas acercándose a los acantilados.

Los gritos marinos y el ruido de anclas y remos me permitieron verificar que aquellas pequeñas embarcaciones habían llegado a la tenebrosa orilla.

Y percibí almas perdidas, gentes izquierdas, horripilantes, espantosas, desembarcando amenazantes...

¡Vanas sombras ascendiendo hasta la cumbre donde Roberto y no nos encontrábamos!

Aterrorizado el mancebo arrojóse de cabeza al fondo abismal cayendo como la pentalfa invertida y perdiéndose definitivamente entre las aguas tormentosas.

No puedo negar que yo hice lo mismo, mas en vez de hundirme entre aquellas aguas del Ponto, floté deliciosamente mientras en el espacio me sonreía una estrella.

Es ostensible que aquella experiencia astral me impresionó vivamente; comprendí el porvenir que le aguardaba a mi amigo.

Pasaron  los años y yo continuando mi viaje por el sendero de la vida, me alejé de esa humosa ciudad bohemia...

Mucho más tarde, allende el tiempo y la distancia, viajando por las costas del Mar Caribe, llegué al Puerto del Río del Hacha, hoy capital de la Península Guajira. Pueblo de arenosas calles tropicales a la orilla del mar; gentes hospitalarias y caritativas de rostro quemado por el sol...

Jamás he podido olvidar aquellas indias guajiras vestidas con tal hermosas túnicas gritando por doquier: ¡Carua! ¡Carua! ¡Carua”! (carbón).

“¡Piracá! ¡Piracá! ¡Piracá!” (venga aquí) exclamaban las señoras desde la puerta de cada casa con el propósito de comprar el necesario combustible.

“Haita Maya” (yo te quiero mucho) dice el indio cuando enamora a la india. “Ai macai pupura” contesta ella como diciendo: días vienen y días van.

Existen casos insólitos en la vida, sorpresas tremendas; una de ellas fue para mí el encuentro con aquel bardo que antes conociera en la ciudad de Bacatá.

Vino aquél a mí declamando en plena calle, ebrio de vino... como siempre... y para colmos, en la más espantosa miseria.

Es ostensible que aquella lumbrera del intelecto se había degenerado espantosamente con el vicio del alcohol.

Inútiles resultaron todos mis esfuerzos para sacarlo del vicio; cada día andaba de mal en peor.

Se acercaba el Año Nuevo; por doquiera resonaban los tambores invitando al pueblo a las fiestas, a los bailes que en muchas casas se celebraban, a la orgía.

Cierto días estando yo sentado bajo la sombra de un árbol en profunda meditación, hube de salir de mi estado extático al escuchar la voz del poeta...

Había llegado Roberto con los pies descalzos, el rostro demacrado y el cuerpo semi-desnudo; mi amigo era ahora un mendigo; el Yo del alcohol lo había transformado en limosnero.

Mirándome fijamente y extendiendo su mano derecha exclamó:
-“Dadme una limosna”.
-“¿Para qué quieres tú   la limosna?”
-“Para reunir el dinero que me permita comprar una botella de ron”.
-“Lo siento mucho amigo; créame que yo jamás cooperaré para el vicio. Abandone usted el camino de perdición”.

Una vez dichas estas palabras aquella sombra se retiró silente y taciturna.

Llegó la noche del Año Nuevo; aquel bardo de melena alborotada se revolcaba como el cerdo entre el lodo bebiendo y mendigando de orgía en orgía... Perdido por completo el juicio bajo los efectos asqueantes del alcohol, se metió en una riña; algo dijo y le dijeron, y es evidente que le dieron tremenda zurra.

Después intervino la policía con el sano propósito de poner fin a la escurribanda y como es obvio en todos estos casos el bardo fue a parar a la cárcel.

El epílogo de esta tragedia cuyo autor fue naturalmente el Yo del alcohol, es realmente macabro y espeluznante pues aquel poeta murió ahorcado; dicen los que lo vieron que al otro día le encontraron colgado del cuello en las mismas rejas del calabozo.

Las pompas fúnebres estuvieron magníficas y mucha gente concurrió al panteón para dar el último adiós al bardo.

Después de todo esto, muy apesadumbrado hube de continuar mi viaje, alejándome de aquel puerto marítimo.

Más tarde, me propuse investigar en forma directa al desencarnado amigo en el mundo astral.

Esta clase de experimentos metafísicos se puede realizar proyectando el Eidolón o Doble Mágico del que tanto nos hablara Paracelso.

Salir de la forma densa ciertamente no me costó trabajo alguno; el experimento resultó maravilloso.

Flotando con el Eidolón en la Atmósfera Astral del planeta Tierra, me entré por las puertas gigantescas de un gran edificio. Me situé al pie de la gradería que conduce a los pisos altos; pude verificar una bifurcación de la escalinata al acercarse a la base.

¡Clamé con gran voz pronunciando el nombre del fallecido! y luego aguardé pacientemente los resultados...

Estos últimos ciertamente no se dejaron esperar mucho; fui sorprendido por un gran tropel de gentes que precipitadamente descendían por uno y otro lado de la derivada escalinata. Toda aquella mesnada llegóse junto a mí y me rodeó: “¡Roberto, amigo mío! ¿Por qué te suicidasteis?”

Sabía que todas estas gentes eran Roberto, más no hallaba alguien a quien dirigirme, no encontraba un sujeto responsable, un individuo...

Tenía ante mí a un Yo Pluralizado, a un montón de diablos, mi amigo desencarnado no gozaba de un centro permanente de Conciencia:

Concluyó el experimento cuando aquella legión de Yoes se retiró ascendiendo por la derivada escalinata.


Libro: EL MISTERIO DEL AUREO FLORECER.- Autor: V.M. SAMAEL.- Capítulo: EL DEMONIO DEL ALCOHOL

Es urgente repetir a veces ciertas frases cuando se trata de comprender. No está de más enfatizar aquello que ya dijimos en el capítulo trece: quiero referirme al alcohol.

No hay necesidad de discutir largamente sobre los efectos del alcohol. Su mismo nombre árabe (igual al de la estrella algol, que representa la cabeza de Medusa, cortada por Perseo) quiere decir sencillamente el Demonio...

Y que sea efectivamente un demonio o maléfico espíritu, cuando se posesiona del hombre, es evidente y fácilmente demostrable por sus efectos, que van desde la borrachera al delirium tremens y a la locura, consignándose en los descendientes bajo la forma de parálisis y otras taras hereditarias.

Es incuestionable que siendo un producto de desintegración, que se origina también en nuestro organismo, entre los que se eliminan por la piel, tiene una tendencia vibratoria disgregante, disolvente y destructora, secando nuestros tejidos y destruyendo las células nerviosas, las que gradualmente se hallan substituidas por cartílagos.

Resulta palmario y manifiesto que el alcohol tiende a eliminar la capacidad de pensar independientemente, ya que estimula fatalmente la fantasía, y de juzgar serenamente, así como debilita espantosamente el sentido ético y la libertad individual.

Los dictadores de todos los tiempos, los tiranos, no ignoran que es más fácil gobernar y esclavizar a un pueblo de bebedores que a un pueblo de abstemios.

Es igualmente sabido que en estado de embriaguez se le puede hacer aceptar a uno cualquier sugestión y cumplir actos en contra de su decoro y sentido moral. Es demasiado notoria la influencia del alcohol sobre los crímenes, para que haya necesidad de insistir en ello.

El alcohol, horrendo, sube del precipicio y cae en el abismo de perdición; es la substancia maligna que caracteriza en forma íntima a los “mundos infiernos”, donde solo se escuchan baladros, aullidos, silbos, relinchos, chirridos, mugidos, graznidos, maullidos, ladridos, bufares, roncares y crocotares.

El abominable algol gira incesantemente dentro del círculo vicioso del tiempo.

Se insinúa por doquiera siempre tentador, parece tener el don de la ubicuidad; tan pronto sonríe en la copa de oro o de plata bajo el techo dorado del fastuoso palacio, como hace cantar al bardo melenudo de la horrible taberna.

El maligno Algol es a veces muy fino y diplomático: ¡Vedlo ahí brillando peligrosamente entre la copa resplandeciente de fino bacará, la mujer amada os la ofrece!

Y dice el poeta que cuando en el mullido y perfumado lecho de caoba, la amada ebria de vino desnudarse pretendía el Angel de la Guarda se salía un momento...

Todos vamos a un fin, todos tenemos nuestro nombre en el ánfora fatal, nunca bebas, te digo, licor maldito porque si lo bebes pronto errarás el camino.

Vinillo bien fuerte de Sabina en copas chicas beberás hoy conmigo, aunque en ánfora griega fue el envase, que lo sellé yo mismo, exclama Satanás desde el fondo del abismo...

En sus negras profundidades, cada demonio su faena cumple, apañando viñas, hasta el sol vespertino; y, como a Dios, te llama, cuando en la alegre cena llega la hora de beber el fermentado vino.

Numen nuevo en sus lares, te brindan los labriegos votos y libaciones del mosto de sus vides y sonríe Algol, Medusa pérfida, gozándose con su víctima.

Ayunos, mortificaciones, cilicios, pide el anacoreta o penitente en el alba riente y después todo concluye libando entre la borrasca y la orgía cuando el sol ya cansado se apaga en el poniente...

¿Qué no desgasta el tiempo? Ya fueron inferiores a los abuelos rudos nuestros queridos padres; peores que ellos somos nosotros; y en mustia decadencia entre el licor y la tragedia nos sigue una viciosa descendencia.

“Cuán distinta la prole, –¡de cuán otra familia! –,
que tiñe en sangre púnica los mares de Sicilia,
la que a Piros y Antioco de un solo lance postra,
y al formidable Aníbal, porque hasta el fin le arrostra”.
“Casta viril de rústicos soldados, enseñada
a remover las glebas con sabélica azada,
jayanes obedientes a una madre severa,
que a su mandar cargaban, en la hora postrera”.
“Del día enormes troncos para el hogar cortados,
cuando, sueltos del yugo los bueyes fatigados,
se hunde el sol en las sombras que la noche remansa,
y en amigo reposo la alquería descansa”.

Hoy todo ha pasado; esta pobre humanidad llena de tantas amarguras se ha degenerado con el vicio abominable del alcohol. ¿Y quienes son esos tontos que pretenden negociar con Satán? ¡Escuchad amigos!: con el siniestro demonio Algol no es posible hacer componendas, arreglos, chanchullos, de ninguna especie. El alcohol es muy traicionero y tarde o temprano nos da la puñalada por la espalda.

Muchas gentes de Telema (voluntad) beben tan solo una que otra copa diaria, chanchullo maravilloso, ¿verdad?

¿Arreglo? ¿Compadrazgo? ¿Pastel? Gentes inexpertas de la vida; ciertamente a ellas hablándoles en lenguaje socrático podríamos decirles que no sólo ignoran, sino además ignoran que ignoran.

Los átomos del enemigo secreto semejantes a microscópicas fracciones de vidrio, con el devenir del tiempo y entre tanta melopea, chalina o ebriedad muy sutil y disimulada, se van incrustando dentro de las células vivas del organismo humano...

Así bien saben los divinos y los humanos que el demonio Algol se apodera del humano cuerpo muy astutamente y lentamente, hasta que al fin un día cualquiera nos precipita en el abismo de la borrachera y la locura.

Escuchadme muy bien estudiantes gnósticos; a la luz del sol o de la luna, de día o de noche, ¡con el demonio Algol hay que ser radicales! Cualquier compostura, transacción, diplomacia o negociación con ese espíritu maligno está condenada tarde o temprano al fracaso.

Recordad devotos de la senda secreta que el eje fatal de la rueda dolorosa del Samsara está humedecido con alcohol.

Escrito está con palabras de fuego en el Libro de todos los Misterios que con el alcohol resucitan los demonios, los Yoes ya muertos, esas abominables criaturas brutales y animalescas que personifican nuestros errores psicológicos.

Como quiera que el licor está relacionado con el Vayú Tattva (el elemento aire), bebiéndolo caeremos como la pentalfa invertida, con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba en el abismo de perdición y de lamentos espantosos. (Véase capítulo 13).

El pozo del abismo del cual sube humo como de un gran horno, huele a alcohol.

Esa mujer del Apocalipsis de San Juan vestida de púrpura escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de perlas y que tiene en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la inmundicia de su fornicación bebe alcohol; esa es la Gran Ramera cuyo número es 666.

¡Desdichado el guía religioso, el sacerdote, el místico o el profeta que cometa el error de embriagarse con el abominable alcohol!...

Está bien trabajar por la salvación de las Almas, enseñar la Doctrina del Señor, más en verdad os digo que no es justo lanzar huevos podridos contra aquellos que os siguen.

Sacerdotes, anacoretas, místicos, misioneros, que con amor enseñáis al pueblo, ¿por qué lo escandalizáis?

¿Ignoráis acaso que escandalizar a las gentes equivale a faltarles al respeto, a lanzarles tomatazos y huevos podridos?...

¿Cuándo vais vosotros a comprender todo esto?...

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