Libro: EL MISTERIO DEL AUREO FLORECER.- Autor: V.M. SAMAEL.- Capítulo: EL
ABOMINABLE VICIO DEL ALCOHOL
Muy lejos de aquí, de esta mi
querida patria mexicana, viajando por otros caminos, fui llevado por los
vientos del destino a esa antigua ciudad suramericana que en tiempos
precolombinos se llamara Bacatá, en el típico lenguaje chibcha. Ciudad bohemia
y taciturna con mentalidad criolla del siglo XIX; humoso poblado en el valle
profundo...
Urbe maravillosa de la que cierto
poeta dijera: “Gira la ciudad de Bacatá bajo la lluvia como un desnivelado
carrusel; la ciudad neurasténica que cubre sus horas con bufandas de nubes”.
Entonces había empezado la primera
guerra mundial... ¡Qué tiempos, Dios mío! ¡Qué tiempos! Más vale ahora exclamar
con Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, que te vas para no volver, cuando
quisiera llorar no lloro y a veces lloro sin querer”.
¡Cuánto dolor aun siento al recordar
ahora a tantos amigos ya muertos! Los años han pasado...
Esa era la época del brindis del
bohemio y Julio Flores; años en que estuvieron de moda Lope de Vega y Gutiérrez
de Cetina.
Entonces quien quería presumir de
inteligente recitaba entre copa y copa aquel soneto de Lope de Vega que a la
letra dice:
“Un soneto me manda hacer Violante,
en mi vida me he visto en tal
aprieto,
catorce versos dicen que es soneto,
burla burlando van los tres delante.
Yo pensé que no hallara consonante
y estoy en la mitad de otro
cuarteto,
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me
espante.
Por el primer terceto voy entrando,
y aun presumo que entré con pie
derecho,
pues fin con este verso le voy
dando.
Ya estoy en el segundo y aun
sospecho,
que estoy los trece versos acabando,
contad si son catorce y está hecho”.
Es ostensible que en aquel ambiente
criollo que bardos desvelados concluían esta clase de declamaciones entre
gritos de admiración y salvas de aplausos.
Esos eran los tiempos del “brindis
del bohemio”, años en que los caballeros se jugaban hasta la vida por cualquier
dama que por la calle pasara...
Alguien me presentó a un amigo de
chispeante intelectualidad muy dado a los estudios de tipo metafísico: Roberto
era su nombre y si callo su apellido lo hago con el evidente propósito de no
herir susceptibilidades.
Vástago ilustre de un representante
de su Departamento ante la Cámara Nacional de aquel país.
Con la copa de fino bacará en su
diestra, ebrio de vino y de pasión, declamando aquel bardo de cabellera
alborotada, sobresalía por doquiera ante intelectuales, en tiendas, cantinas y
cafés.
Ciertamente era algo digno de
admirarse en aquel mancebo la portentosa erudición que poseía; tan pronto
comentaba a Juan Montalvo y sus siete tratados como recitaba la marcha triunfal
de Rubén Darío...
Sin embargo, habían pausas más o
menos largas en su vida borrascosa; a veces parecía arrepentirse y se encerraba
largas horas día tras día en la biblioteca nacional.
Muchas veces le aconsejé abandonar
para siempre el abominable vicio del alcohol, más de nada sirvieron mis
consejos tarde o temprano regresaba el doncel a sus antiguas andanzas.
Sucedió que una noche cualquiera
mientras mi cuerpo físico yacía dormido entre el lecho, tuve una experiencia
astral muy interesante: con ojos de pavor me vi ante un horrendo precipicio
frente al mar, y mirando en las tinieblas abismales observé pequeñas naves
ligeras de hinchadas velas acercándose a los acantilados.
Los gritos marinos y el ruido de
anclas y remos me permitieron verificar que aquellas pequeñas embarcaciones
habían llegado a la tenebrosa orilla.
Y percibí almas perdidas, gentes
izquierdas, horripilantes, espantosas, desembarcando amenazantes...
¡Vanas sombras ascendiendo hasta la
cumbre donde Roberto y no nos encontrábamos!
Aterrorizado el mancebo arrojóse de
cabeza al fondo abismal cayendo como la pentalfa invertida y perdiéndose
definitivamente entre las aguas tormentosas.
No puedo negar que yo hice lo mismo,
mas en vez de hundirme entre aquellas aguas del Ponto, floté deliciosamente
mientras en el espacio me sonreía una estrella.
Es ostensible que aquella
experiencia astral me impresionó vivamente; comprendí el porvenir que le
aguardaba a mi amigo.
Pasaron los años y yo continuando mi viaje por el
sendero de la vida, me alejé de esa humosa ciudad bohemia...
Mucho más tarde, allende el tiempo y
la distancia, viajando por las costas del Mar Caribe, llegué al Puerto del Río
del Hacha, hoy capital de la Península Guajira. Pueblo de arenosas calles
tropicales a la orilla del mar; gentes hospitalarias y caritativas de rostro
quemado por el sol...
Jamás he podido olvidar aquellas
indias guajiras vestidas con tal hermosas túnicas gritando por doquier: ¡Carua!
¡Carua! ¡Carua”! (carbón).
“¡Piracá! ¡Piracá! ¡Piracá!” (venga
aquí) exclamaban las señoras desde la puerta de cada casa con el propósito de
comprar el necesario combustible.
“Haita Maya” (yo te quiero mucho) dice
el indio cuando enamora a la india. “Ai macai pupura” contesta ella como
diciendo: días vienen y días van.
Existen casos insólitos en la vida,
sorpresas tremendas; una de ellas fue para mí el encuentro con aquel bardo que
antes conociera en la ciudad de Bacatá.
Vino aquél a mí declamando en plena
calle, ebrio de vino... como siempre... y para colmos, en la más espantosa
miseria.
Es ostensible que aquella lumbrera
del intelecto se había degenerado espantosamente con el vicio del alcohol.
Inútiles resultaron todos mis
esfuerzos para sacarlo del vicio; cada día andaba de mal en peor.
Se acercaba el Año Nuevo; por
doquiera resonaban los tambores invitando al pueblo a las fiestas, a los bailes
que en muchas casas se celebraban, a la orgía.
Cierto días estando yo sentado bajo
la sombra de un árbol en profunda meditación, hube de salir de mi estado
extático al escuchar la voz del poeta...
Había llegado Roberto con los pies
descalzos, el rostro demacrado y el cuerpo semi-desnudo; mi amigo era ahora un
mendigo; el Yo del alcohol lo había transformado en limosnero.
Mirándome fijamente y extendiendo su
mano derecha exclamó:
-“Dadme una limosna”.
-“¿Para qué quieres tú la limosna?”
-“Para reunir el dinero que me
permita comprar una botella de ron”.
-“Lo siento mucho amigo; créame que
yo jamás cooperaré para el vicio. Abandone usted el camino de perdición”.
Una vez dichas estas palabras
aquella sombra se retiró silente y taciturna.
Llegó la noche del Año Nuevo; aquel
bardo de melena alborotada se revolcaba como el cerdo entre el lodo bebiendo y
mendigando de orgía en orgía... Perdido por completo el juicio bajo los efectos
asqueantes del alcohol, se metió en una riña; algo dijo y le dijeron, y es
evidente que le dieron tremenda zurra.
Después intervino la policía con el
sano propósito de poner fin a la escurribanda y como es obvio en todos estos
casos el bardo fue a parar a la cárcel.
El epílogo de esta tragedia cuyo
autor fue naturalmente el Yo del alcohol, es realmente macabro y espeluznante
pues aquel poeta murió ahorcado; dicen los que lo vieron que al otro día le
encontraron colgado del cuello en las mismas rejas del calabozo.
Las pompas fúnebres estuvieron
magníficas y mucha gente concurrió al panteón para dar el último adiós al
bardo.
Después de todo esto, muy
apesadumbrado hube de continuar mi viaje, alejándome de aquel puerto marítimo.
Más tarde, me propuse investigar en
forma directa al desencarnado amigo en el mundo astral.
Esta clase de experimentos
metafísicos se puede realizar proyectando el Eidolón o Doble Mágico del que
tanto nos hablara Paracelso.
Salir de la forma densa ciertamente
no me costó trabajo alguno; el experimento resultó maravilloso.
Flotando con el Eidolón en la
Atmósfera Astral del planeta Tierra, me entré por las puertas gigantescas de un
gran edificio. Me situé al pie de la gradería que conduce a los pisos altos;
pude verificar una bifurcación de la escalinata al acercarse a la base.
¡Clamé con gran voz pronunciando el
nombre del fallecido! y luego aguardé pacientemente los resultados...
Estos últimos ciertamente no se
dejaron esperar mucho; fui sorprendido por un gran tropel de gentes que
precipitadamente descendían por uno y otro lado de la derivada escalinata. Toda
aquella mesnada llegóse junto a mí y me rodeó: “¡Roberto, amigo mío! ¿Por qué
te suicidasteis?”
Sabía que todas estas gentes eran
Roberto, más no hallaba alguien a quien dirigirme, no encontraba un sujeto
responsable, un individuo...
Tenía ante mí a un Yo Pluralizado, a
un montón de diablos, mi amigo desencarnado no gozaba de un centro permanente
de Conciencia:
Concluyó el experimento cuando
aquella legión de Yoes se retiró ascendiendo por la derivada escalinata.
Libro: EL MISTERIO DEL AUREO FLORECER.- Autor: V.M. SAMAEL.- Capítulo: EL
DEMONIO DEL ALCOHOL
Es urgente repetir a veces ciertas
frases cuando se trata de comprender. No está de más enfatizar aquello que ya
dijimos en el capítulo trece: quiero referirme al alcohol.
No hay necesidad de discutir
largamente sobre los efectos del alcohol. Su mismo nombre árabe (igual al de la
estrella algol, que representa la cabeza de Medusa, cortada por Perseo) quiere
decir sencillamente el Demonio...
Y que sea efectivamente un demonio o
maléfico espíritu, cuando se posesiona del hombre, es evidente y fácilmente
demostrable por sus efectos, que van desde la borrachera al delirium tremens y
a la locura, consignándose en los descendientes bajo la forma de parálisis y
otras taras hereditarias.
Es incuestionable que siendo un
producto de desintegración, que se origina también en nuestro organismo, entre
los que se eliminan por la piel, tiene una tendencia vibratoria disgregante,
disolvente y destructora, secando nuestros tejidos y destruyendo las células
nerviosas, las que gradualmente se hallan substituidas por cartílagos.
Resulta palmario y manifiesto que el
alcohol tiende a eliminar la capacidad de pensar independientemente, ya que
estimula fatalmente la fantasía, y de juzgar serenamente, así como debilita
espantosamente el sentido ético y la libertad individual.
Los dictadores de todos los tiempos,
los tiranos, no ignoran que es más fácil gobernar y esclavizar a un pueblo de
bebedores que a un pueblo de abstemios.
Es igualmente sabido que en estado
de embriaguez se le puede hacer aceptar a uno cualquier sugestión y cumplir
actos en contra de su decoro y sentido moral. Es demasiado notoria la
influencia del alcohol sobre los crímenes, para que haya necesidad de insistir
en ello.
El alcohol, horrendo, sube del
precipicio y cae en el abismo de perdición; es la substancia maligna que
caracteriza en forma íntima a los “mundos infiernos”, donde solo se escuchan
baladros, aullidos, silbos, relinchos, chirridos, mugidos, graznidos,
maullidos, ladridos, bufares, roncares y crocotares.
El abominable algol gira
incesantemente dentro del círculo vicioso del tiempo.
Se insinúa por doquiera siempre
tentador, parece tener el don de la ubicuidad; tan pronto sonríe en la copa de
oro o de plata bajo el techo dorado del fastuoso palacio, como hace cantar al
bardo melenudo de la horrible taberna.
El maligno Algol es a veces muy fino
y diplomático: ¡Vedlo ahí brillando peligrosamente entre la copa
resplandeciente de fino bacará, la mujer amada os la ofrece!
Y dice el poeta que cuando en el
mullido y perfumado lecho de caoba, la amada ebria de vino desnudarse pretendía
el Angel de la Guarda se salía un momento...
Todos vamos a un fin, todos tenemos
nuestro nombre en el ánfora fatal, nunca bebas, te digo, licor maldito porque
si lo bebes pronto errarás el camino.
Vinillo bien fuerte de Sabina en
copas chicas beberás hoy conmigo, aunque en ánfora griega fue el envase, que lo
sellé yo mismo, exclama Satanás desde el fondo del abismo...
En sus negras profundidades, cada
demonio su faena cumple, apañando viñas, hasta el sol vespertino; y, como a
Dios, te llama, cuando en la alegre cena llega la hora de beber el fermentado
vino.
Numen nuevo en sus lares, te brindan
los labriegos votos y libaciones del mosto de sus vides y sonríe Algol, Medusa
pérfida, gozándose con su víctima.
Ayunos, mortificaciones, cilicios,
pide el anacoreta o penitente en el alba riente y después todo concluye libando
entre la borrasca y la orgía cuando el sol ya cansado se apaga en el poniente...
¿Qué no desgasta el tiempo? Ya
fueron inferiores a los abuelos rudos nuestros queridos padres; peores que
ellos somos nosotros; y en mustia decadencia entre el licor y la tragedia nos
sigue una viciosa descendencia.
“Cuán distinta la prole, –¡de cuán
otra familia! –,
que tiñe en sangre púnica los mares
de Sicilia,
la que a Piros y Antioco de un solo
lance postra,
y al formidable Aníbal, porque hasta
el fin le arrostra”.
“Casta viril de rústicos soldados,
enseñada
a remover las glebas con sabélica
azada,
jayanes obedientes a una madre
severa,
que a su mandar cargaban, en la hora
postrera”.
“Del día enormes troncos para el
hogar cortados,
cuando, sueltos del yugo los bueyes
fatigados,
se hunde el sol en las sombras que
la noche remansa,
y en amigo reposo la alquería
descansa”.
Hoy todo ha pasado; esta pobre
humanidad llena de tantas amarguras se ha degenerado con el vicio abominable
del alcohol. ¿Y quienes son esos tontos que pretenden negociar con Satán?
¡Escuchad amigos!: con el siniestro demonio Algol no es posible hacer
componendas, arreglos, chanchullos, de ninguna especie. El alcohol es muy
traicionero y tarde o temprano nos da la puñalada por la espalda.
Muchas gentes de Telema (voluntad)
beben tan solo una que otra copa diaria, chanchullo maravilloso, ¿verdad?
¿Arreglo? ¿Compadrazgo? ¿Pastel?
Gentes inexpertas de la vida; ciertamente a ellas hablándoles en lenguaje
socrático podríamos decirles que no sólo ignoran, sino además ignoran que
ignoran.
Los átomos del enemigo secreto
semejantes a microscópicas fracciones de vidrio, con el devenir del tiempo y
entre tanta melopea, chalina o ebriedad muy sutil y disimulada, se van
incrustando dentro de las células vivas del organismo humano...
Así bien saben los divinos y los
humanos que el demonio Algol se apodera del humano cuerpo muy astutamente y
lentamente, hasta que al fin un día cualquiera nos precipita en el abismo de la
borrachera y la locura.
Escuchadme muy bien estudiantes
gnósticos; a la luz del sol o de la luna, de día o de noche, ¡con el demonio
Algol hay que ser radicales! Cualquier compostura, transacción, diplomacia o
negociación con ese espíritu maligno está condenada tarde o temprano al
fracaso.
Recordad devotos de la senda secreta
que el eje fatal de la rueda dolorosa del Samsara está humedecido con alcohol.
Escrito está con palabras de fuego
en el Libro de todos los Misterios que con el alcohol resucitan los demonios,
los Yoes ya muertos, esas abominables criaturas brutales y animalescas que personifican
nuestros errores psicológicos.
Como quiera que el licor está
relacionado con el Vayú Tattva (el elemento aire), bebiéndolo caeremos como la
pentalfa invertida, con la cabeza hacia abajo y las piernas hacia arriba en el
abismo de perdición y de lamentos espantosos. (Véase capítulo 13).
El pozo del abismo del cual sube
humo como de un gran horno, huele a alcohol.
Esa mujer del Apocalipsis de San
Juan vestida de púrpura escarlata, y adornada de oro, de piedras preciosas y de
perlas y que tiene en la mano un cáliz de oro lleno de abominaciones y de la
inmundicia de su fornicación bebe alcohol; esa es la Gran Ramera cuyo número es
666.
¡Desdichado el guía religioso, el
sacerdote, el místico o el profeta que cometa el error de embriagarse con el
abominable alcohol!...
Está bien trabajar por la salvación
de las Almas, enseñar la Doctrina del Señor, más en verdad os digo que no es
justo lanzar huevos podridos contra aquellos que os siguen.
Sacerdotes, anacoretas, místicos,
misioneros, que con amor enseñáis al pueblo, ¿por qué lo escandalizáis?
¿Ignoráis acaso que escandalizar a
las gentes equivale a faltarles al respeto, a lanzarles tomatazos y huevos
podridos?...
¿Cuándo vais vosotros a comprender
todo esto?...
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